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Traducida de la vulgata latina al español por el Ilmo. Señor Don Félix Torres Amat.
Obispo de Astorga, perteneciente a la Real Academia Española, a la sociedad de Geografía de París, a la Real Académica Española de Historia, a la Real Sociedad de Antigüedades de Copenhague.
—Revisada y corregida—
“Felices los que escuchan la palabra de dios... y la ponen en práctica”.
Los libros sagrados contenidos en esta biblia, son el testimonio más grande que Dios ha revelado a toda la humanidad.
Queremos acercarnos a la Biblia, a través del estudio, la reflexión y la oración, con el propósito de tener un conocimiento mucho más profundo de su sentido, de su contenido y de su estructura. También, debemos saber cómo leerla, para descubrir la riqueza espiritual que ella conlleva. Esto nos llevará a la meditación y a la reflexión de la Palabra de Dios, para vivenciarla en nuestro quehacer diario.
La Biblia no es un libro más en el hogar. Debe considerarse como la fuente de motivación y orientación para las nuevas generaciones. Por eso, es el libro que debe están al alcance de toda la familia.
También, es el libro más vendido y difundido por el mundo, porque tiene un acabado especial: su valor literario, reconocido incluso por los no creyentes. Desde este punto de visto, podemos afirmar que la Biblia es una de las obras cumbres de la humanidad. Pero para quienes creemos, la Biblia bene un valor particular, ya que es un don de Dios. Por eso, nos referimos a ella como la Sagrada escritura.
La Biblia es la Palabra de Dios, y aunque esta palabra divina puede manifestarse de otras formas (la creación, el testimonio, la predicación, etc.), la Sagrada Escritura es una expresión privilegiada y normativa de la revelación de Dios a los hombres.
Por lo tanto, la familia debe ser la primera en imponerse la tarea de la lectura asidua de la Biblia, para descubrir allí la manifestación de Dios en sus vidas y encontrar, en ella, la fuente de la vitalidad cristiana.
Como podemos darnos cuenta, la lectura y el estudio de la Biblia son fundamentales para nuestra vida. Ella es regla de fe para la comunidad cristiana; precisamente, no es un libro de referencia donde se encuentren recetas o verdades perfectamente formuladas. La lectura y el estudio de las páginas sagradas se convierten en una invitación permanente a descubrir el rostro de Dios Padre, que se revela a través de una historia muy humana y muy divina. Es, también, una invitación a vivir la historia, encarnando la Palabra en nuestra vida, a ejemplo de María, la mujer en quien el Verbo de Dios se hizo hombre.
La Biblia es la historia del pueblo que Dios eligió para hacer un pacto, una alianza. La Biblia nació de la preocupación del pueblo de Israel de no perder su experiencia de vida cotidiana, donde se manifestaba, de diferentes maneras, la presencia y la acción de Dios. Querían recordar siempre las maravillas que Dios había rechazado para ellos y por medio de ellos.
El culto era el lugar donde el pueblo de Israel refrescaba su memoria. Por eso, los acontecimientos fueron escritos en la Biblia en forma de historia, de alabanza, de agradecimiento o de compromiso.
Con estas orientaciones, queremos hacer un breve recorrido por la Biblia, para ponernos en sintonía con su mensaje e interpretar lo que Dios quiere comunicar a nuestras familias; también, para animarnos a iniciar su estudio, reflexión, interiorización y oración. De esta. manera, llegaremos a descubrir su mensaje para llevarlo a la práctica, conforme al consejo del apóstol Santiago (Sant 1, 22): “Aceptad dócilmente la Palabra ha sido plantada y es capaz de salvaros, llevadla a la práctica y no os contentéis con escucharla, engañándonos a vosotros mismos”.
Este trabajo de lectura cristiana de la Biblia tiene su lugar privilegiado en la comunidad eclesial. Es en la comunidad donde se articulan plenamente ésta y las demás dimensiones fundamentales de la vida cristiana: celebración de los sacramentos, testimonio, oración, etc, donde la reflexión y la comunión en la Iglesia y en nombre de Jesucristo adquieren su verdadero sentido.
Ahora, veamos cómo está estructurado nuestro texto sagrado.
En primer lugar, la Biblia está conformada por dos partes: Antiguo y Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento, encontramos la historia del pueblo de Israel, a través de toda su vida: a los israelitas, Yahvé-Dios los iba acompañando en el camino de su historia personal y comunitaria. Este era el Dios de la esperanza, la paz, la lucha, la fiesta, el triunfo, la derrota; en una palabra, el Dios de la salvación.
En el Nuevo Testamento, se da el cumplimiento del anuncio de los profetas y la llegada del Salvador. Esta parte de la Biblia nos narra la vida, palabra, obra, enseñanza, muerte y resurrección de Jesucristo, así como el comienzo de la Iglesia, con todo su proceso de conversión, predicación, milagros y expansión misionera. Ambos testamentos manifiestan la continua revelación. de Dios al pueblo, que va descubriendo, en su peregrinación, la presencia de un Dios que salva.
Por eso, el objetivo de la lectura de la Biblia no es solamente enterarnos de su contenido y conocerla mejor, sino el de iluminar y darle sentido a nuestra vida desde la Palabra de Dios.
Podemos concluir, que la Biblia surgió como fruto del actuar de Dios en nuestra historia. Hoy, nosotros, iluminados con la Palabra de Dios, la interpretamos y la actualizamos en nuestra propia historia, para ir descubriendo, en ella, la manera como Dios se sigue revelando y haciendo presente en el diario caminar del hombre.
La Sagrada Escritura fue y será definitivamente parte esencial en la vida del cristiano y de la familia.
“Jesús, fuerza y sabiduría de Dios, enciende en nosotros el amor a la divina Escritura, donde resuena la voz del Padre, que ilumina e inflama, alimenta y consuela.
Tú, Palabra del Dios vivo, renueva en la Iglesia el ardor misionero, para que todos los pueblos lleguen a conocerte, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre, único Mediador entren el hombre y Dios”.
—Joannes Paulus II.